Érase una vez, un niño llamado Oliver, que vivía en un pequeño y humilde poblado.
Todos los años, cada 25 de diciembre el pequeño miraba debajo del
árbol de Navidad con la ilusión de que hubiera un regalo, pero nada. Su escueto
arbolito no escondía ningún regalo.
El veía como sus compañeros recibían algo, pero lo único que tenía
el, era su viejo muñeco de tela y un par de juguetes, que guardaba como un
tesoro.
Sus padres hacían todo lo posible para subsistir con lo poco que
le daban; vivían de ayudas alimentarias y poco más. Entoces ¿cómo comprarle un
regalo al pequeño?
La situación ya era angustiosa, los padres de Oliver se
encontraban tan mal y más aún al llegar estas fechas y saber que no podían
regalarle nada, o si acaso lo más simple; un estuche para el colegio, algún
peluche... algo de eso, y rara vez.
Pero al menos, ese 25 de diciembre nevaba, y a Oliver le encantaba
mirar por la ventana; se pasaba las horas mirando como caía la nieve y por su
cabeza se pasaban montones de pensamientos, el sonreía y soñaba.
Al rato la madre le dijo que ya podía salir a jugar. Oliver se
puso sus guantes y bufanda y salió corriendo con una amplia sonrisa en la cara,
de repente parecía como si se le hubiera olvidado todo. Pero con forme paseaba
iba viendo a los niños que estrenaba sus juguetes, y el pobre se entristeció de
nuevo.
Uno de sus compañeros de clase, se le acercó y le preguntó:
- ¿Qué te han regalado Oliver?
- Nada (respondió musitando y con cara algo triste)
Entoces, el compañero de Oliver se quedó algo pensativo, y como en
cierta parte conocía su situación; para animarle decidió invitarle a su casa a
dormir y a comer unos dulces.
Oliver pasó la noche en casa de su amigo, para el fue una noche
inolvidable, sin duda. Estuvieron contándose anécdotas, comieron de todo, y
jugaron con toda clase de juguetes. Algo que Oliver agradeció mucho, y se fue a
casa con una amplia sonrisa y sastifacción; pues pasó un gran día, en mucho
tiempo.
Al año siguiente, poco antes de Navidad, sus compañeros de clase
tuvieron una gran idea. Decidieron aportar algo de dinero entre todos para
comprarle un regalo a Oliver.
A la mañana siguiente, uno de los chicos fue a la tienda de
juguetes para comprarle el regalo. Un avión teledirigido, algo que los niños de
su edad ansiaban tener, algo con lo que el soñaba hace tiempo y obviamente no
podían dárselo sus padres.
Al día siguiente, por la mañana; el mismo chico, esperó a que
Oliver saliera de su casa para ir al colegio. Entoces, llamó a su casa y le
abrió el padre, este se quedó algo sorprendido, y le preguntó:
- Tú por aquí, y a estas horas, ¿no deberías estar en clase?
- Mire, traigo un regalo para su hijo, lo compramos entre toda la
clase...
- ¡Oh, que gran sorpresa, de verdad! Te lo agradezco muchísimo
(dijo el padre, llorando de la emoción) - Espera, toma, una bolsita con
caramelos.
- Gracias, bueno he de irme a clase, ¡y que pasen una feliz
navidad!
El pequeño se fue al colegio con una gran satisfacción. Pasó el
día rápidamente, recibieron las notas, se despidieron y todos los compañeros se
desearon felices fiestas.
Días después, el 25 de diciembre, Oliver se despertó, y esa mañana
ni siquiera miró debajo del árbol, pues suponía que no había nada. Pero supuso
mal, pues ese año si que había un regalo, y bastante bueno.
Su padre le dijo que mirara debajo del árbol, esta vez si que
había algo.
Oliver miró y descubrió el regalo, lo abrió con mucha ilusión, y
al verlo se le iluminó la cara y se le saltó alguna lagrimilla.
- ¿De verdad papá, esto es para mí?
- Pues claro, hijo.
Ambos sonrieron mutuamente, al igual que la madre. Al fin pudo
decirse, que después de tantos años tuvieron una Navidad algo más feliz.
Su pequeño recibió un buen regalo y además el padre estaba apunto
de conseguir trabajo, algo que aliviaría mucho a la familia.
Pasó el día, y Oliver disfrutó como nunca de su regalo. Ya por la
noche el padre le confesó a la madre lo del trabajo.
- Cariño, ¿sabes qué?
- Dime.
- Al fin conseguí trabajo. Ahora que es la época de Navidad y con
este frío se necesita mucha leña, y uno de mis amigos me ofreció un puesto para
ello.
- ¿Enserio? Que gran sorpresa, cariño, nos viene tan bien.
Ambos se abrazaron felices y lloraron de la emoción.
- Por fin podemos decir que tenemos una Feliz Navidad... nuestro
pequeño con regalos, tú con trabajo. ¡Esto si que es bueno!
Y después de tanto que sufrieron, encontraron algo de esperanza y
tuvieron una Feliz Navidad. Se lo merecían después de todo, ya sonreían y
vivieron mucho más felices.
Porque un gesto puede cambiar muchas cosas, puede cambiar la vida
de alguien, e incluso de una familia. Y es mayor la satisfacción de dar que la
de recibir.
Bueno, esto es todo; y ya sabéis a disfrutar de la Navidad y la
familia... FELICES FIESTAS!!
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